Erase una vez en una tierra
lejana, un joven príncipe que vivía en un hermoso castillo. Aunque tenía todo
lo que pudiese desear, el príncipe era malcriado, egoísta y descortés. Pero en
una noche de invierno, llegó al castillo una vieja mendiga, y le ofreció una
sola rosa a cambio de refugiarse del cruel frío. Sintiendo repulsión por su
aspecto andrajoso, el príncipe se burló del obsequio y echó a la anciana al
intemperie. Ella le advirtió que no se dejara engañar por las apariencias, ya
que la belleza se encuentra en el interior. Cuando la volvió a rechazar, la
fealdad de la anciana desapareció, y se convirtió en una hermosa hechicera. El
príncipe intentó disculparse, pero ya era tarde, porque ella vio que en su
corazón no había amor. Como castigo lo transformó en una espatosa bestia y
lanzó un poderoso hechizo sobre el castillo y sobre todos sus moradores.
Avergonzado por su aspecto monstruoso, la bestia se escondió dentro del
castillo utilizando un espejo mágico como su única ventana al mundo exterior.
La rosa que ella le había ofrecido era en realidad una rosa encantada que
florecería por muchos años. Si él aprendiese a amar y a ganarse el amor de una
doncella antes de que cayese el último pétalo, el hechizo se rompería. Si no,
quedaría condenado a seguir siendo una bestia para siempre. Al pasar los años,
cayó en la desesperación, perdió toda esperanza, porque, ¿quién podría nunca
amar a una bestia?
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